martes, 28 de junio de 2011

CAMPOS DE NAIPE Y DE CONEJOS. JOSÉ BARROETA POR HELENA USANDIZAGA.













CAMPOS DE NAIPE Y DE CONEJOS
Helena Usandizaga

“Campos de naipe y de conejos” es el poema de los dones, del ofrecimiento, de la apertura y la potencialidad. Frente a otros poemas dolorosos y a veces hasta malditos de Barroeta, en éste se presenta un tema que creo bastante propio de Arte de anochecer, aunque estaba anteriormente y estará después, alternando con su contrario: la salvación, la salvación por el otro, como en varios poemas de este libro que invocan a las presencias tutelares (“Vamos a buscar a mi padre, noviembre”, dice en “Noviembre”, o “No debo temer. Lo entiendo porque tu cadáver se lo dice/ a lo que está en mí enfermo”, en “Elegía de mi hermana Cristina”). En  “Campos de naipe y de conejos”, el padre y la madre hacen el amor en una escena idílica, alejada de la terrible mirada edípica de algunos poemas como “Néstor”, de Todos han muerto: “Si no me amas mato a mi padre”, o la visión maldita y central del sujeto del poema (“Mi melancolía debe ser mi cuerpo muerto con sus ojos verdes/ cerrados”, en “Elegía”, de Todos han muerto). En  el poema que comento, el amante, como todo amante cortés que se precie, se declara inferior a la amada y dispuesto a servirla: él es “un delirante/ que ando vestido de boscajes”, y también el cofre de los dones, mientras que ella es “como los cometas que salen del paraíso”. La amada ya no es tanto la Nadja de Breton; se amplía la referencia a su conciencia,  tal vez a la manera de la Elena de Juan Sánchez Peláez. Como es frecuente en la poesía de Barroeta, destilador de lo mejor del romanticismo, el simbolismo y el surrealismo, la verdad se presenta como iluminación fulgurante.
Es un poema transparente y de fluir diversificado, frente a otros de mayor complejidad semántica o más redondos de este mismo libro, pero ¿por qué este poema recupera con una magia muy de Barroeta esos campos de naipe y de conejos de nuestra infancia,  casi de Lewis Carroll, y recrea  de modo inmediato en el poema la bienvenida feliz a una plenitud ofrecida?  Es que éste es un poema de amor, es un poema de bienvenida al amor. Difícil de leer en el siglo XXI, yo apuesto por este poema porque sugiere inigualablemente esa apertura generosa del  encuentro con el otro, ese momento en que todo es posible y todo está abierto.
“Me llaman el hijo de la copa de huesos de la pandilla de lautréamont”, termina el poema. El sujeto se ha definido como ese poeta en concreto, y  quiero recordar  la risa cuando Pepe narraba cómo varias veces le habían buscado para preguntarle cómo se hacía uno de la pandilla de Lautréamont o de la República del Este, qué papeles había que rellenar, en fin.
¿Entonces, el sujeto del poema es Pepe Barroeta? La historia que subyace al poema ocurrió, es cierto (en uno de eso vaivenes colombinos que en su poesía señalan a la vez  ironía y sentido de la aventura,) pero una deformación casi profesional, y acertada en la mayoría de los casos, nos hace muchas veces eludir lo referencial en el poema, por miedo a proyectarlo demasiado literalmente sobre él y ahogar los varios sentidos del texto. Pero éste es un homenaje a Pepe Barroeta tanto como a su poesía, y quiero evocar no sólo su inscripción en este poema sino aventurar que esa salvación invocada en el  texto se cumplió para él de manera paradójica.
Entonces este comentario es un homenaje a Pepe y a través de este  texto también a Teresa, la abeja del poema, y a aquellos años 70 de promesas que tuve la suerte de compartir con los dos.
Y para seguir mirando desde el pasado que germina, acabo con unos versos de “Tierra soluble” (de Fuerza del día):  “Hace mucho tiempo de las rosas perfectas,/ hace tiempo pero ya las poseo sin tener/ que marchar atrás”.


EN LA FOTO DE MÁS ARRIBA SE APRECIA AL VENEZOLANO JOSÉ (PEPE) BARROETA EN PRIMER PLANO CON EL PERUANO VLADIMIR HERRERA DE PIE. EN PARÍS C.1978.
HELENA USANDIZAGA.



1 comentario:

Helena Usandizaga dijo...

Quizás alguien quiera leer el poema:

Campos de naipe y de conejos
José Barroeta

A Teresa

Bienvenida a mi boca
al astro de mi paladar
pequeña y grande abeja.
Conocida en pleno verano,
cuando lejos de mis amigos
huía a cádiz en busca de cristóbal
colón,
mi gran hermano del agua y del viento antiguos
que se aposentaban en mi carne como un millar de carabelas
recién disparadas a la tierra de gracia por las nubes.
Bienvenida, bienvenida mía,
a esa tierra prohibida durante siglos
por los teólogos,
pero que mantuvo el reflujo del cielo doméstico
en mis ojos
mientras mi padre
y
mi
madre
hacían el amor en un lecho
de rosas.

Bievenida
como los cometas que salen del paraíso,
que bajan como tú
alzando las manos semejantes al pavo real
que custodia la ruina delirante del santo de asís
en la niebla de oviedo.

Semejante tú
al vuelo del pájaro que asedia la atmósfera,
a la heridas rojas de mi país en el amanecer.
Bienvenida abeja
al cáliz del granado que cultivo para ninguna guerra.
Bienvenida a este mi país,
mi casa,
mi día de ayer y de hoy.
Bienvenida al fluir de los ríos,
al arca de noé,
al vientre de mis hijas,
al poema de las praderas rojas,
a la luz de la biblia,
a los campos de naipes y conejos.
Bienvenida porque soy un delirante
que ando vestido de boscajes.

Bienvenida
porque el día de verano deja olor a sirenas,
a pastos de luna de málaga.
Yo soy el cofre:
me llaman el hijo de la copa de huesos de la
pandilla de lautréamont.