miércoles, 9 de noviembre de 2011

LA POESÍA DE OLGA OROZCO: PRIMERA APROXIMACiÓN

 
PRIMERA APROXIMACIÓN A LA POESÍA DE OLGA OROZCO.
Helena Usandizaga
Al comentar la imagen corporal en los poemas de Olga Orozco, Yurkievich  anota la oscuridad y hasta la negatividad de esa exploración en la materialidad del cuerpo, y traza un certero acercamiento a las sensaciones que su presencia genera en los poemas. Pero cabría ampliar esta visión viajando por varios libros de Orozco y, sin buscar una exhaustividad, proponer una imagen prismática en la que se oponen, se complementan y a veces se armonizan una visión platónica y una fuerte materialidad corporal. Lo platónico en la poesía de Olga Orozco no es una disquisición filosófica, sino que tiene que ver con el sentimiento de carencia, de pérdida, y con lo irreductible del enfrentamiento entre la realidad y el deseo (en Mutaciones de la realidad, de 1979, hay un poema con este título dedicado a Luis Cernuda).  Lo que percibimos, tocamos y poseemos en esta poesía es irremediablemente incompleto, y nuestra herencia no es sino una sombra, un reflejo de la sustancia sagrada que añoramos o deseamos. Pero las sombras o reflejos, los fragmentos del paraíso, son materia corporal, y con ella pelea o pacta la continua persecución de lo otro que encontramos en los poemas de Olga Orozco.
Paradójicamente, no es ajena a la actitud platónica la presencia del surrealismo en la generación de Orozco, que podríamos considerar la llamada "generación del 40" argentina, aunque el concepto sea nebuloso cronológicamente, en el marco de cierta afinidad estética que permite a agrupar a poetas nacidos desde 1910, como Enrique Molina, hasta 1920, como la propia Olga Orozco, y que incluiría en el intermedio temporal a poetas como Alberto Girri (1918), y aún, según algunos, podría extenderse a escritores nacidos antes y después de estas fechas (Silvina Ocampo, 1903; María Helena Walsh, 1930). Uno de los elementos con los que entran en interacción estos poetas es el surrealismo, impulsado por Aldo Pellegrini a través de sus revistas, y que Molina desarrollará por su contacto con César Moro, el poeta surrealista peruano. Esta referencia no está ausente de la poesía de Olga Orozco, aunque no puede decirse que sus poemas sean surrealistas: no lo son porque no están en ellos ni la irracionalidad, ni el libre fluir del subconsciente, ni las "grietas del sentido" (Breton); tal vez su buceo en el ser, en el interior del yo, le lleva a veces a imágenes asimilables al surrealismo. Pero los poderes sugerentes de esta poesía se acercan más a lo que precede al surrealismo, el romanticismo y el simbolismo, movimientos de fuerte componente simbólico y de fuerte apelación a la armonía oculta o sólo visible al descifrar el código del mundo o al intuir su secreto. Esto es especialmente visible en el primer libro de la antología que comentamos (Desde lejos, 1946) (NOTA: Seguimos, para este somero análisis de los poemas de Olga Orozco, la antología prologada por Pere Gimferrer (Orozco 1998), que da una de las visiones posibles del conjunto de la poesía de Orozco, y antologa desde estos poemas de 1946 hasta los poemas finales, inéditos antes de publicarse el libro, en 1998. Las páginas al citar poemas de Orozco, por lo tanto, corresponden siempre a esta referencia), que curiosamente empieza hablando de la nostalgia y el desgaste del tiempo; pero tal vez esta nostalgia, más que del pasado, es nostalgia de lo otro que se busca a través de la poesía y que más adelante se afirma con una mirada platónica, y este libro juvenil ya presiente "este largo destino de mirarse las manos hasta envejecer" (en el poema “Para Emilio en su cielo”.  Ahora aparecen "los seres que fui" (“Quienes rondan la niebla”,  y aquellos otros pequeños seres "que habitáis en mí la región desmoronada del miedo" (“Esos pequeños seres”, y, el poema “La casa”, los huéspedes de la memoria, el "paciente imperio de la dicha"  que se detuvo en la casa de la infancia en ese "día sin vivir que abandonamos, dormidos sobre el aire" .  Por esos primeros poemas percibimos que la imagen de lo otro soñado o deseado se construye con fragmentos de plenitud entrevistos, en este caso, en la infancia como lugar desde donde se atisbó la dicha imposible y se entrevió tal vez un paraíso anterior de donde llegan distantes mensajeros: “Yo los había amado, quizás, bajo otro cielo”, “Lejos, desde mi colina”. Hay referencias al alma en estos primeros poemas, y en cambio la materia aparece más bien como ceniza, polvo, hielo, viento: todo lo que recuerda su condición perecedera.

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