martes, 10 de enero de 2012

TERCERA APROXIMACIÓN A LA POESÍA DE OLGA OROZCO


TERCERA APROXIMACIÓN A LA POESÍA DE OLGA OROZCO.
Helena Usandizaga.

En “Rara sustancia”, un poema de La noche a la deriva (1983), el sujeto que habla en el poema indaga “desde mi lado”  en esa sustancia que la conforma como ser y que no es sólo de los elementos materiales, sino que pertenece “a ese orden inconcluso/ que se fija a un color como la sal del mundo/ o que toma la forma de aquello que contiene”. Es decir, la materialidad del sujeto y del mundo evocan otro orden: estamos ante una idea que va desde los pitagóricos a los simbolistas y modernistas (y sus conexiones esotéricas) pasando sin duda por Platón. La referencia platónica sirve  especialmente, y por eso la ponemos de relieve, para entender a Orozco, porque la confluencia de espíritu y materia, que de hecho sí se produce en algunos poemas, tiene que atravesar la contradicción, mucho más marcada que para los pitagóricos o los simbolistas, entre cuerpo y espíritu o materia y sustancia, y por lo mismo la síntesis que a veces se produce es el resultado de una lucha que convierte la desembocadura del proceso en un extraño triunfo o en un oscuro fracaso. Este sujeto que devora e incorpora el mundo en su sustancia (“Yo devoro el paisaje, cada trozo de eternidad instantánea, con mi propio alimento”,  practica a la vez un acto material, el de la devoración, y también una asimilación de lo espiritual (“me dejo invadir por cosas tan remotas como un país en el que nunca estuve”. Ese “animal oculto en la espesura”  es y no es una metáfora de la búsqueda espiritual, porque también es material: la materia es parte del universo que se hace presente en esta imagen. El animal es cuerpo y alma a la vez, y lo devorado o asimilado no es sólo positivo: también se cuela en su sustancia “una ráfaga fría que me convierte en soplo/ casi en nadie”. Quizás en este acto fallido de la incorporación de lo otro para conseguir la unidad con el mundo reside lo más platónico de la visión; el sujeto declara: “pero jamás consigo estar  completa; no logro aparecer de cuerpo entero” . Esta búsqueda de la mitad separada, esa pregunta sobre  la “naturaleza inacabada” del sujeto, sobre las características de un reino posible para este ser cuya sustancia “abarca mucho más que las malezas, los plumajes cambiantes y las piedras” se responde con una referencia platónica antes aludida: “Tal vez el reino de la unidad perdida entre unas sombras,/ el reino que me absorbe desde la nostalgia primera y el último suspiro”.

Otro poema del mismo libro, “En tu inmensa pupila”, refiere el misterio al ámbito nocturno, muy en la órbita romántica y simbolista (“Me reconoces, noche…”). Quien habla es ahora la “hijastra preferida”  de la noche, y también la que copia su “belleza de espejo traidor”. Seducida por las artes no siempre limpias de la noche, la voz poética asegura: “Ahora me has marcado con tu alfabeto negro. Pertenezco a la tribu de los que se hospedan en radiantes tinieblas,/ de los que ven mejor con los ojos cerrados y se acuestan del lado del abismo y alzan vuelo y no vuelven”. Lo invisible, lo secreto, se perciben por intuición, por contemplación interior “donde cada señal es el temblor de un pájaro perdido en un recinto inmenso/ y cada subida un salto en el vacío contra gradas y ausencias”. No se trata exactamente, o no sólo, de un contacto panteísta con la noche -aunque sí en este poema “la naturaleza es un templo”, como en las “Correspondances” de Baudelaire, porque lo oculto, el orden buscado, se parece también a un ser supremo. La voz del poema no pide la claridad, sino que estos rostros de la belleza o del horror (o sea, los reflejos, las imágenes) sean algún día una presencia que conduzca y revele el sentido. El final del poema se acerca mucho a la percepción simbolista del mundo como libro que se podría leer si alguien nos dictara su sentido o nos abriera su código: “Basta con que me lleves de la mano como a través de un bosque,/ noche alfombrada, noche sigilosa,/ que aprenda yo lo que quieres decir, lo que susurra el viento,/ y pueda al fin leer hasta el fondo de mi pequeña noche en tu pupila inmensa”.

“Densos velos te cubren, poesía”, un poema de Mutaciones de la realidad (1979), muestra como la búsqueda poética es justamente una conexión con ese otro ámbito. La poesía se busca en “las indescifrables colonias de otro mundo”, no en el sentimiento ni en la intelección. Es una vigilia cruel en la que se atisba “una señal”, “la sombra de un eclipse fulgurante”, “una figura blanca como un tajo de Dios en la muralla del planeta”. Todo para ver de “alumbrar las sílabas dispersas de un código perdido/ para poder leer en estas piedras mi costado invisible”. Este “indicio” que pudiera revertir “la división y la caída”, ese “signo a la deriva” permitiría encarnar los fragmentos en la unidad perdida, pero permanece en cambio en forma de astillas y guijarros. No obstante, se refiere en el poema una intuición que rescata y alivia; quien habla ve o cree ver surgir una isla, una barca, un castillo, “o una gruta que avanza tormentosa con todos los sobrenaturales fuegos encendidos”. Gruta o caverna platónica, puesto que nos topamos con los límites del conocimiento humano para decir la precaria revelación, y más aún, con la insuficiencia del lenguaje: “un puñado de polvo mis vocablos”.
El instrumento de la búsqueda es la poesía, que se precisa con resonancias platónicas, pero que repite "El obstinado error frente al modelo", en "Los reflejos infieles", de Mutaciones de la realidad. La poesía es entonces destino desgarrador, en el que "todas las puertas son para salir", en el poema dedicado a Alejandra Pizarnik. La poesía, como en "Densos velos te cubren, poesía", está ahí "para poder leer en estas piedras mi costado invisible", aunque no se sabe cómo "asir el signo a la deriva  Siguiendo la ética que comentábamos, el balance de “Para un balance” no lo es de las ganancias, sino de la actitud aun ante la pérdida Porque no hay derrota para "un corazón en ascuas, alerta para el amor de cada día, indemne como el Fénix de la desmesura". 

En el revés del cielo (1987) inicia una etapa de una voz cada vez más justa; se  acentúa la búsqueda platónica en la poesía, aunque en "En el final era el verbo", le abandonan las palabras que "se me dispersan, se me pierden de vista contra las puertas del silencio". Las palabras han sido los pliegues de la revelación, el alfabeto de la muerte pronunciado hacia atrás: "¿No era ese triunfo en las tinieblas, poesía?". En este poema se invierten las palabras del Génesis para poder perseguir estas palabras que son “sombras de sombras” -si lo real es una sombra, su formulación, su imagen, es la sombra de una sombra-, con el objetivo de “descubrir a Dios por transparencia”, pero el sujeto se topa con la imposibilidad del sentido y con la frustración del intento de traducir, de hallar el hilo en la madeja de voces, pues el código “es tan indescifrable como el de las estrellas o el de las hormigas”. Sin embargo, este ejercicio de reversión de las palabras muestra el precario triunfo de la poesía: las palabras, como imágenes remotas, tejen y destejen por su propia cuenta el sentido, y la voz poética se empecina en pronunciar hacia atrás el alfabeto de la muerte, en vislumbrar los "reversos donde el misterio se desnuda". Pues es un trabajo activo el de la escritura de poesía: "Yo velaba... traduciendo relámpagos, desenhebrando dinastías de voces”, y este buscar a Dios en la urdimbre, en el reverso de la palabra justifica el incesante choque con la ausencia de sentido.
Helena Usandizaga.           

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