miércoles, 2 de mayo de 2012

CIUDAD DE TERTULIAS. Desde el siglo XIX Barcelona ha cultivado el placer de debatir sobre las letras. Una pasión que no decae.

Barcelona ha sido, ya desde el siglo XIX, ciudad de tertulias. Los amantes -y practicantes- de las letras siempre han tenido tendencia a encontrarse, para hablar no sólo de literatura sino de cualquier otra cuestión que merezca su interés, ya sea el cine o el fútbol. En los últimos años, la actividad de las tertulias no ha decaído y la pasión por el intercambio de pareceres literarios se ha visto además incrementada por la proliferación de los clubes de lectura. Los amantes de las letras se citan, como antaño, en los bares, pero ahora lo hacen también en las bibliotecas y en los foros y blogs de internet

EL INVIERNO DEL DIBUJANTE
Las imágenes de estas páginas dedicadas a las tertulias pertenecen a la obra 'El invierno del dibujante', de Paco Roca (Valencia, 1969). En este premiado cómic (entre otros, premio al mejor guión y mejor obra española del Salón del Cómic de Barcelona), publicado por editorial Astiberri, Roca recrea la vida de los dibujantes de historietas en los años de la España franquista y, entre otros muchos detalles, se puede ver las habituales reuniones de los autores en algún bar, una costumbre común, entonces y ahora, de dibujantes y escritores
Son las cinco y cuarto de una tarde de viernes y Juan Gallardo, alias Curtis Garland, alias Donald Curtis, alias Frank Logan, entre otros alias repartidos en las portadas de dos mil novelas, dice que mañana es la misa por el cuarto aniversario de la muerte de su esposa y que, por tanto, pronto hará cuatro años que existe esta tertulia. Estamos en el Bar Leonés del Paral·lel, en Barcelona. Hace poco que se reúnen aquí: la sede tradicional era El Rincón del Artista, pero tras una discusión con los camareros decidieron no volver. En la mesa se encuentran el editor Gabriel Bravo, el bloguero Juan Carlos Alquézar y los escritores Javier Pérez Andújar, Robert Juan-Cantavella y Juan Gallardo, quien preside la tertulia. Dos invitados acuden hoy por primera vez: el cineasta Francesc Bellmunt y el ensayista Xavier Theros, que han venido a enseñarles escenas de un documental en que trabajan sobre la Sexta Flota en Barcelona y a hablar de aquella época. La de una ciudad desaparecida, que se hundió junto con una mitología popular de cabarets, actores secundarios, poetas malditos y bolsilibros. Curtis Garland nos enseña su última novela, La máscara y la muerte. "Siempre nos trae libros nuevos -me cuenta Robert-, este es la continuación de Las oscuras nostalgias, protagonizada por el mismo detective, donde aparece en portada una foto de Tere, porque a ella le encantaba esa novela, pero no la vio publicada en vida".

En el desaparecido café Delicias, de la Rambla, Moratín instauró a principios del siglo XIX una tertulia literaria que duró lo que sus estancias en la Ciudad Condal. Andersen escribió en la segunda mitad del siglo sobre las conversaciones de la comunidad diplomática en la chocolatería de la Ópera, cercana a su Hotel Oriente. Las tertulias y recitales de Els Quatre Gats contaron con interlocutores como Isidre Nonell, Ramon Casas o Pablo Picasso. La Penya dels Vells del Ateneu Barcelonés estaba formada por figuras del peso de Domènech i Montaner o Àngel Guimerà; la Penya Gran por otras como Santiago Rusiñol, Josep Maria de Sagarra, Carles Riba, Joan Crexells o Josep Pla. Y en su Jardín Romántico los autores locales se encontraron con Unamuno, Baroja, Lorca o Dalí. No hay más que dejarse llevar por la sonoridad de los nombres de algunos extintos bares y cafés barceloneses para recorrer la República y el franquismo: La Luna, El Oro del Rhin, el Navarro, el Términus. En algunos de ellos animó tertulias literarias José María Gironella, que le hace decir a un personaje de Los cipreses no creen en Dios: "Soy un hombre de tertulias".

También José María Carandell fue alma máter de muchas en aquellos años turbulentos, como me recuerda Pedro Zarraluki: "¡Ah!, sería imperdonable no hablar de las que montaba Carandell, yo iba de joven, teníamos que ir cambiando de café, porque cuando nos localizaban los fachas amenazaban con poner una bomba; allí conocí a Marsé, a José Agustín Goytisolo, a un montón de grandes escritores; y luego, después de hablar mucho de literatura, acabábamos tomando copas en Bocaccio". La década de los setenta está atravesada por esa fricción entre escritura y política. Los encuentros en el Velòdrom de Josep Miquel Servià, Vicenç Altaió, Rosa Novell y Miquel de Palol, entre otros, estuvieron marcados tanto por los libros como por el nacionalismo y la ideología. Y por el alcohol, el combustible junto con el café de las tertulias literarias: "A finales de los setenta, y como resultado de un desorden de borrachos, la tertulia se trasladó al Bauma, y entró en un periodo letárgico y acabó teniendo una muerte natural", recuerda Palol. En los años ochenta y noventa, el bar del cine Astoria acogió a Cristina Fernández Cubas, Carlos Trías, Enrique Vila-Matas y Vladimir Herrera, quienes contaron con invitados de excepción, como José Bianco, editor de la revista Sur y amigo de Borges. Y, como recuerda Javier Cercas en El vientre de la ballena, en aquellos años Alberto Blecua invitaba a sus alumnos a asistir a las reuniones del Oxford.

Esa es la historia oficial. O al menos parte de una historia oficial posible. Porque es imposible trazar el mapa completo de las tertulias barcelonesas. Había otros encuentros de carácter artístico, menos conocidos, muchos de ellos protagonizados por mujeres, que tenían lugar en casas privadas. Particularmente importantes, en los años veinte, son los patrocinados por Carme Karr o Narcisa Freixas, frecuentados por Francesca Bonnemaison, que fueron espacios de introducción del feminismo en Catalunya. En el prólogo a Pombo, el libro en el que la editorial Visor reunió en 1999 todos los textos que Gómez de la Serna dedicó al célebre café madrileño, Andrés Trapiello lo deja claro: las tertulias "eran cosa de hombres, por lo mismo que los salones eran cosa de mujeres (por esas mismas fechas funcionaba la de la Pardo Bazán, la de Colombine o la de dos o tres aristócratas literatas), a las que no se veía del todo bien que entraran en según qué cafés y a qué horas". También las redacciones de las revistas, desde la de L'Avenç en la Ronda Universitat a finales del siglo XIX, hasta la de Lateral en el paseo Sant Joan durante nuestro propio cambio de siglo, pasando por las de Destino o Ajoblanco, fueron sedes permanentes de tertulias literarias. De hecho, aunque a veces se constituyan como tales, la mayoría son informales, tienen lugar en cualquier sitio donde se dé cita un grupo de lectores. No hace falta que sea el Bar Glaciar o Casa Leopoldo. Puede ser, sin ir más lejos, el Bar Leonés.

Las tertulias siguen dos vías de composición: la reafirmación de la amistad y la generación de nuevas amistades. Junto al congelador de los helados se suceden los cafés, las aguas, las cañas, algún carajillo, una copa de vino rosado. Empezaron a reunirse "para hablar sobre actores y cine, porque Alquézar es un erudito en la materia, no tienes más que leer su blog Lady Filstrup -me cuenta Pérez Andújar, que viene siempre andando desde el Clot, poco más de una hora de caminata-, y Gallardo, que fue guionista, los conocía a todos". El hecho que dos libros suyos, La noche de América agonizante y Yo, Curtis Garland, fueran publicados por Bravo en su editorial Morsa; y que Robert lo entrevistara para Quimera y lo invitara a escribir un capítulo de Asesino Cósmico, una novela que homenajea la literatura popular española de los años 50, 60 y 70, completó el círculo.

Francisco Caudet, alias Frank Caudett, ha sido en varias ocasiones el invitado estrella, pero cada vez le cuesta más acudir desde l'Hospitalet, por problemas de salud. Juan Gallardo tiene ochenta y dos años, una gorra donde se lee "Madrid" y una sonrisa en plano fijo: "Casi todos los de la vieja Bruguera han muerto, como Escobar, el creador de Carpanta y de Zipi y Zape, que además tuvo alzheimer y olvidó toda aquella época". La editorial impedía de todos los modos posibles que los autores se conocieran entre ellos, para evitar que se organizaran en contra de sus abusos en materia de sueldo y de derechos de autor, de modo que "no teníamos tertulia, por supuesto". Pero eso no significa que, con los años, no formaran su propia comunidad del anillo: Francisco González Ledesma, alias Silver Kane, Antonio Vera, alias Lou Carrigan, Luis García Lecha, alias Clark Carrados, y Caudet y Gallardo.

Quien mejor ha retratado aquella época ha sido Paco Roca en su cómic El invierno del dibujante. Pero se centra en el mundo de los tebeos y no en su universo paralelo: el de las novelas de bolsillo. Para explorar esa dimensión desconocida hay que acudir a Sonrisa de nieve, el blog que el guionista barcelonés Raule le ha dedicado al abuelo materno que no llegó a conocer: Manuel Arsís Solbes, alias M. de Silva. El blog es sobre todo una pequeña enciclopedia de cultura popular, una biografía fragmentaria y un álbum de fotos de familia y de portadas escaneadas; pero también actúa como una tertulia: con comentarios de protagonistas y de lectores y con invitados. Uno de los post documenta la visita de Rafael Barberán y de Àngels Gimeno, alias Ralph Barby, a Las Comidas Frikis, la tertulia que lidera Raule en el restaurante Eucaliptus del Raval barcelonés.

El encuentro nació a principios del 2000, cuando el dibujante Roger Ibáñez, el guionista Albert García y Raúl Anisa, alias Raule, se reunieron en "un Bocatta de la calle Santa Anna, para ver qué podíamos hacer con nuestras ideas y con nuestros esbozos, pero se fue corriendo la voz y fuimos creciendo, llegaron también músicos y estudiantes de letras, pero sobre todo éramos gente del mundo del cómic". Después se trasladaron a otros lugares, como el Viena, el Sitges o el Petit Xaica. Llevan ya tres años en el Eucaliptus, donde se congregan entre otros Josep Maria Martín Saurí, "un mito viviente, un prodigio, sobre todo conocido por sus dibujos de Odiseo", Jordi Ojeda, gran divulgador del cómic español y profesor de la UPC, y muchos de los autores de las historias que se reunieron en Barcelona, un volumen colectivo que publicó Norma el año pasado, fruto de la tertulia y símbolo de su pintoresco espíritu: "Catalanes, gallegos, muchos italianos, Las Comidas Frikis se han convertido en un punto de encuentro de referencia, hay invitados y habituales con quienes después coincidimos en festivales españoles y europeos, incluso hemos tenido descendencia: las Comicomidas de Madrid son hijas de las nuestras".

El coleccionismo siempre se ha entreverado con la conversación erudita sobre los tesoros conseguidos. Por eso tal vez sean dos los núcleos alrededor de los cuales más tertulias han proliferado en las últimas décadas: el Mercat de Sant Antoni y la librería Gilgamesh (en cuyas inmediaciones de Arc de Triomf fueron apareciendo, por el efecto llamada, otras tiendas de cómic y coleccionismo). En este polo hace ya cuatro años que desapareció la tertulia del Bar Mariona, que se fue convirtiendo, bajo la dirección de Pau Martínez y Àlex Vidal, en un club de lectura de literatura fantástica de la Biblioteca Jaume Fuster, que lo aloja desde hace ya seis años. Ese movimiento, de la tertulia informal al club de lectura institucionalizado, se ha dado de forma masiva durante los últimos quince años. Signo de los tiempos.

El primer club de lectura de la red de bibliotecas de Barcelona nació en la Bonnemaison en 1997. En la actualidad son setenta y cinco los clubes en marcha, en treinta y siete bibliotecas y con unos mil doscientos participantes. Hay que sumarles los de los centros cívicos, los de los centros culturales y los de los museos, hasta concebir una red de espacios de debate menos romántica que la de las tertulias de café, pero más democrática y seguramente más popular. Los datos me los proporciona Óscar Carreño, director de programas y cooperación de las Bibliotecas de Barcelona, quien añade: "Otra experiencia que está muy bien es el club internacional BCN-Medellín, un encuentro mensual entre un grupo de lectores de cada ciudad en el que comentamos libros, alternando autores de ambas orillas, lo montamos en el CCCB, a través de la Anilla Cultural y es una experiencia fascinante".

La tertulia on line en tiempos de videoconferencias y talleres virtuales. No hay duda de que para miles de escritores y lectores, Facebook es la Gran Tertulia de nuestra época. Para "ser verdaderamente contemporáneo", escribió Gómez de la Serna, tenían que "vivir en el café". Uno de los modos de serlo ahora es comentar la cultura en los blogs y en las redes sociales, donde espontáneamente se configuran comunidades con un núcleo de habituales y una periferia de ocasionales, que no tienen por qué vivir en la misma ciudad para mantener conversaciones. Y además pueden hacerlo a diario. Qué digo: hora a hora. Minuto a minuto.

La tertulia como contraseña

La deslocalización de la tertulia, no obstante, también puede dar como resultado encuentros en carne y hueso. Es el caso de la Orden de Finnegans, cuyos miembros (Vila-Matas, Eduardo Lago, Jordi Soler, José Antonio Garriga Vela, Malcolm Otero Barral y Marcos Giralt Torrente), con mayoría barcelonesa pero dispersos por varios puntos geográficos, se citan anualmente en Dublín para celebrar el Bloomsday. En La ciutat interrompuda, Julià Guillamon interpreta Historia abreviada de la literatura portátil, de Vila-Matas, como la traslación a la época de las vanguardias y a sus protagonistas de escenas y anécdotas vividas por el autor en locales emblemáticos como Bocaccio. Pocos escritores barceloneses han sido tan constantes como Vila-Matas en la asistencia a conversaciones de café. Desde octubre del año pasado, acude semanalmente al bar Sandor, para reunirse con Juan Marsé, Valentí Puig, Joan de Sagarra, Javier Coma y John William Wilkinson. "Es una tertulia muy cerrada -me comenta-, hablamos de política, cine y literatura, por este orden, con mucho humor, y en literatura no se discute a Dickens, pero tampoco a Kafka, que a fin de cuentas leía a Dickens, pero los demás escritores no son invulnerables, ninguno se salva de alguna pulla".

Otro rasgo propio de las tertulias literarias es su indefinición. Casi nunca son exclusivamente literarias. ¿Encuentro de amigos? ¿Reunión de cómplices? ¿Grupos de estudio? ¿Conversaciones sin más? Según Pablo Raphael, "el Cheers fue una tertulia que caminó de la formalidad hacia la informalidad, de los invitados más o menos formales, como Juan Villoro, a los jueves de fútbol". Nació con la organización del Festival Fet a Mèxic y se instauró en medio de la semana de sus habituales como una isla. Forman o formaron parte de ella, con las idas y venidas propias de las raíces mexicanas, entre otros, Roberto Frías, Emiliano Monge, Fernanda Álvarez, Edson Lechuga, David Colmenares y Paz Balmaceda. Frías recuerda que "el concepto mismo de la tertulia parece algo que los mexicanos no terminábamos de experimentar sin haberlo ensayado en España misma, quiero decir, habiendo crecido en México con el referente, gracias a nuestras familias, las familias de otros amigos, o la cultura mexicana misma de la segunda mitad del siglo XX, donde la tertulia instaurada por los exiliados españoles marcó con fuerza el renacimiento de esa actividad". Ese microcosmos aparece retratado en el cuento La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco, de Max Aub. Son legión los escritores mexicanos que crecieron con la imagen de aquellos exiliados, muchos de ellos maestros, reuniéndose en los cafés para hablar de los libros que se oponían a la dictadura.

En verdad la tertulia del Cheers -cuyo nombre es un homenaje a la teleserie- se reúne en un bar llamado Mr. Brown. Las tertulias son máscaras. Y contraseñas. La fábrica del lenguaje S.A., de Raphael, está dedicado al Cheers. Y la dedicatoria del libro de artículos póstumo de Juan José Saer, Trabajos, reza: "Al clan Putget". También en varias tesis doctorales se encuentran esas mismas palabras. "A finales del 2005, después de la publicación de mi libro El lago de los botes, el primero que publicaba en Barcelona -me cuenta Edgardo Dobry-, tuve la sensación de que algo pasaba, y de algún modo quise prolongar ese entusiasmo y generar un espacio de encuentro donde gente con afinidad intelectual y personal pudiera encontrarse". El espacio fue doméstico, entre amigos y vecinos. La consigna, que alguien enviara por e-mail proyectos en marcha para que se hubieran leído el día de la reunión. El núcleo fue argentino y estuvo compuesto por Nora Catelli, su marido, el psicoanalista Jorge Belinsky, y el propio Dobry. Pasaron por las tertulias, entre otros, Marietta Gargatagli, Alberto Caturla, Ana Basualdo o Lluís Maria Todó. "Lo interesante del grupo era su transversalidad a todo: edades muy distintas, nacionalidades diversas, disciplinas también distintas, duró, creo, un par de años, porque no quisimos institucionalizarlo".

Antoni Martí Monterde, en Poética del Café, habla de tres estructuras posibles del café como institución, desde los años sesenta hasta ahora: formas epilogales, en las que se impone la melancolía por encima de la nostalgia, que continúan con ciertos hábitos modernos que supuestamente la posmodernidad habría descartado, como sería el encuentro físico; formas epigonales, estas sí nostálgicas, representadas por los simulacros de cafés y por las franquicias temáticas; y formas atópicas, cuyo máximo representante sería el Claudio Magris de Microcosmos, donde se demuestra un compromiso ético con las obras que surgieron de las mesas de ciertos cafés de Trieste, cuyo legado tiene que ser defendido. Después, escribe: "La búsqueda de locales donde, sencillamente, a pesar de las estructuras actuales, sea concebible la lectura y la escritura, pasa a ser así algo más que un gesto. Esa conciencia es, radicalmente, conciencia de presente".

Sigo en el Bar Leonés. He perdido la cuenta de las rondas y de las veces que ha sido mencionada Tere. Bellmunt nos ha mostrado imágenes de su documental en el i-Phone. Pérez Andújar ha hablado sobre su último libro, Paseos con mi madre. Me pregunto si volverá a casa caminando o en autobús. La primera novela policial de Gallardo fue La muerte elige. Nos cuenta que está en racha con las quinielas, que lleva varias semanas ganando, que si acumula suficiente dinero quiere publicar otro librito en Morsa y financiarlo él en esta ocasión. El recuerdo de su difunta esposa envuelve la tertulia como papel plástico de burbujas, como si estos encuentros fueran equipaje frágil que viaja amenazado, a trancas y barrancas, hacia el futuro. Esos hombres, junto al congelador de los helados, son puro presente. No se me ocurre en este momento nada más contemporáneo.
JORGE CARRIÓN.
CULTURA. LA VANGUARDIA, O2/05/2012.

domingo, 29 de abril de 2012

RAMOS ROSA COMO SI HUBIERA ESTADO EN 4 DÍAS ENTRE PÁJAROS Y ÁRBOLES.


POEMA DE ANTÓNIO RAMOS ROSA.


El constructor está reunido con algunos amigos alrededor de una redonda mesa de piedra,  en la terraza. Uno de ellos abanica un viejo fogón de barro donde va poniendo a asar sardinas plateadas y un poco gruesas que luego se vuelven rubias sobre la parrilla de la cual se elevan pequeñas y centelleantes llamas que proceden del carbón. El ambiente es en extremo agradable porque desde allí se ve la larga franja azul de un río entre pinos y eucaliptos y porque el aire es suave  y el follaje oscila levemente y da una sombra fresca y tranquila. Este instante del encuentro es un privilegio único. En él reina la alegría y la palabra es fácil, transparente y llena de energía que difunden los árboles verdeantes de amplias copas, la tierra de un jardín  un poco salvaje, los fermentos vivos de la brisa, el espacio solar y la pureza ácida de los frutos y las semillas. El instante es vivido en la plenitud de los elementos que, imperceptiblemente, se combinan y constituyen la integridad viva de la presencia del ser. La conciencia no se percata de la intrincada y olorosa trama sutil de todo lo que la estimula y la proyecta en el círculo vivo del instante siempre inicial. Poco se habla de la construcción, la leve e incandescente construcción, pero esta animada y vivificante pausa es ahora una construcción de la amistad en la apertura del encuentro y la participación recíproca en la esfera del ser. La separación individual deja de regir el comportamiento de los que participan en el encuentro y la palabra opera la metamorfosis del yo que, de este modo se convierte en el centro abierto de los impulsos afectivos y eufóricos reflejados en el círculo luminoso y ardiente del encuentro. Por esta razón el constructor siente que la obra está en movimiento en la palabra viva de los que están sentados entorno a la mesa redonda de piedra bebiendo un poco de vino y comiendo las doradas sardinas que uno de ellos va pasando desde la parrilla situada sobre las brasas de las que se elevan pequeñas llamas centelleantes, en el viejo fogón de barro, que ese amigo aviva con un pequeño ventalle de pajas entrelazadas.
(del Aprendiz secreto).Traducción de Clara Janes.